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Channel: quitandose el traje
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Odiando a la gente

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En una oficina bancaria hay dos tipos de puestos, las mesas y las cajas. Cada uno de los puestos sirve para una cosa: las mesas son las que le hacen ganar dinero al banco, y las cajas son las que le hacen perderlo.

En una mesa es donde se dedican a endosarte productos. Te ponen buena cara, te dicen señor, todo es maravilloso y los arco iris cruzan el cielo, lalala, mire que preferentes tan bonitas tengo. Son puestos puramente comerciales, cuyo objetivo es colocar a los clientes los productos que le interesan al banco. Ya hablaré más de esto más adelante.

En una caja es donde el banco pierde dinero. Hay una persona que se dedica a gastar el tiempo haciendo operaciones que al banco no le reportan nada. Es un servicio que se da porque no hay otro remedio, es como los servicios de los pubs o las portabilidades de líneas. Tener una caja cuesta mucho dinero, no sólo por todo lo que conlleva la gestión del efectivo (eso, también para más adelante) sino porque hay por lo menos una persona encargada de atender a esos clientes.

Esa persona soy yo.

En estos dos años en oficinas bancarias he estado prácticamente todo el tiempo en caja. Es el puesto más estándar, intercambiable y prescindible de toda la oficina. Mecánico, repetitivo, algo que podría hacer un mono con algo de entrenamiento. El puesto con menos futuro de cualquier banco. Un puesto en el que no se puede aprender prácticamente nada pasadas las primeras veinticuatro horas.

En estos dos años, sólo hay una cosa que haya aprendido en el puesto de caja: a odiar a toda la maldita humanidad; a todas y cada una de las personas sudorosas, grasientas y sucias que son capaces de salir arrastrándose de sus casas para echarme su aliento en la cara y hacerme perder la tercera parte del tiempo de mi vida.

Ahora, antes de que empecéis a saltar con soluciones filosóficas estilo Zen o Paulo Cohelo, quiero decir algo. Sé que todo este odio viene de mi. Sé que se trata de una cuestión de actitud. Sé que con la actitud adecuada en vez de estar aquí destilando odio por todos mis poros podría estar feliz, happy, viviendo el presente y todas esas mierdas. Pero no es eso lo que quiero. Quiero cultivar ese odio, sentirlo dentro de mi, notar como llego hasta ese límite en el que me falta apenas perder un poco el autocontrol para saltar fuera de la ventanilla y arrojar a todos los clientes a un barril de ácido.

Odio toda esta puta mierda y la quiero seguir odiando. El día que esté en una situación como la que estoy y deje de odiarla, que no os sepa mal acabar conmigo: el Yabu que conocéis hará tiempo que habrá dejado de existir.

Obviamente no puedo manifestar ese odio de forma abierta, así que se trata de un odio ninja. Relativamente ninja: lo manifiesto tanto como puedo, siempre intentando dejar el margen suficiente como para que no me despidan.

Esto lo consigo de varias formas: en primer lugar, saltándome los convencionalismos sociales. No devolver un saludo, no dar las gracias, no despedirse… son cosas que suelen poner de mala leche a la gente, sentar mal, pero poco propensas a que la gente ponga una queja. Quejarse por eso suena un poco infantil, y además es lo suficientemente subjetivo como para que en un momento dado no pueda ir a ningún sitio. Alguna vieja se ha quejado, pero basta con callarse y poner delante del jefe cara de “fíjate que delicadas son estas pellejas que vienen a la oficina” para que la cosa no vaya a más.

Otra cosa que ayuda mucho es ponerle motes a los clientes. La mayoría de las caras se repiten mes a mes, porque el que es tan inútil como para tener que pasar por la ventanilla un mes es difícil que sea más listo el mes siguiente: “Caraboniato”, “La billetitos”, “Mr Todoacien”… Utilizar esos apodos hace que la mente se ponga en un modo de menosprecio al cliente desde el mismo momento en que este aparece por la oficina, con la consiguiente descarga de odio destilado.

Luego están las huelgas a la japonesa. Esto consiste en seguir a rajatabla el reglamento y los procedimientos de trabajo, que normalmente son absurdos, con el objetivo de tocar las narices. Un ejemplo típico de esto es hacerle repetir cuatro veces la firma a un cliente con el pretexto de que no se parece a la firma del DNI. O negarte a dar el nombre de pila de la cuenta donde quieren hacer un ingreso con la excusa de la LOPD. En fin, esas pequeñas cosas que tanto nos tocan los cojones a todos cuando vamos a una ventanilla. Cada cliente que cabreo: +1 punto a mi cuenta.

Y la exclusa detectora de metales. Ah… la exclusa. Eso también da para otro post.

En último lugar, la forma más eficiente de sacar todo ese odio es mediante las conversaciones silenciosas. Esto viene a ser que le dices al cliente todas las burradas que necesitas para quedarte a gusto, pero claro, sólo en tu mente. Tiene la ventaja de que es casi tan bueno para descargar odio  como hacerlo de verdad, pero sin todos los inconvenientes que como os podéis imaginar tendría la versión real del asunto. Las conversaciones con los clientes vienen a ser entonces algo así (pongo entre paréntesis la parte silenciosa de la conversación):

Un cliente que ha creado un bucle espacio-temporal:

Cliente: -Mira, es que me has hecho una transferencia y no se ha reflejado en la cartilla
Yabu: -Hay que actualizarlas
Cliente: -Pero ya las había actualizado, nada más entrar en la oficina.
Yabu: -… (pon tu cerebro a pensar, macaco)
Cliente: -¡Ah, claro, que hay que actualizarlas después!
Yabu: -(¡Bien! Toma un caramelito…)

El que, además de no saber utilizar el cajero, piensa que cuanto más lo complica mejor lleva sus cuentas:

Yabu: -Entonces, quiere que le de cien euros de cada una de las tres cartillas que ha traido.
Cliente: -Sí, y luego de esos cien ingrese treinta en esa y veintiseis en aquella
Yabu: -Enseguida caballero. (¿No había una forma más fácil de hacerlo? ¿qué te crees, Ángela Merkel, payaso?)

A los que vienen con monedas y encima no tienen ganas de ponerlo fácil:

Yabu: -¿Qué quieres, ingresar estas moneditas aquí, las otras allá y las otras en la otra cuenta? (¿Qué no tienes otra forma de aclararte, analfabeto de las narices?)

Con las monedas hay gente pesada y muy pesada. Luego están los chinos. Los chinos son los que custodian todas las malditas monedas acuñadas que maneja nuestra civilización. Lo malo es que las custodian sólo temporalmente, de tanto en tanto se dedican a traerlas a la oficina para que las cuente, las revise, las empaquete y las ingrese en innumerables cuentas con saldos miserables y nombres ininteligibles. Odio a todos los seres humanos sobre la tierra, pero especialmente a los chinos que se dedican a traerme monedas. No os podéis imaginar el nivel de odio que llego a destilar cuando aparece un chino en ventanilla con más de tres mil monedas para ingresar. Lo que pasa por mi cabeza cuando atiendo a uno de estos chinos, lo dejo a vuestra imaginación.

Dicen que estas cosas se me notan en la cara, pero me da igual. Lo único que me preocupa es que lo hago tan de corazón que alguna vez casi se me escapa la frase de verdad. En ese momento puede que tenga algún problema, pero será mi palabra contra la suya.

Si alguna vez encontráis a alguien en una ventanilla que os hace sentir mal, no es incompetencia. No es burocracia. Es odio, puro odio destilado que se dirige hacia vosotros desde lo más profundo de su alma. No os lo merecéis, desde luego.

Pero, ¿sabéis qué?: que me da igual. Os odio :)


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